¡°Salvemos Tuvalu; salvemos el mundo¡±.
Este es el clamor que escuch¨¦ en mi reciente visita a Tuvalu, una de las paradas que hice en mi viaje por el Pac¨ªfico para conocer la primera l¨ªnea de la emergencia clim¨¢tica mundial.
Me desplac¨¦ hasta all¨ª para mostrar solidaridad con quienes sufren los peores efectos del cambio clim¨¢tico y llamar la atenci¨®n sobre las innovadoras medidas que se est¨¢n tomando en la regi¨®n para mitigarlos.
El aumento del nivel del mar en algunos pa¨ªses del Pac¨ªfico es cuatro veces mayor que la media mundial, lo que amenaza la existencia misma de varios Estados insulares. Los oc¨¦anos se ven afectados por graves problemas, como la decoloraci¨®n de los arrecifes coralinos, la p¨¦rdida de biodiversidad y la contaminaci¨®n por pl¨¢sticos. Los fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos son cada vez m¨¢s habituales y ponen en peligro la vida y los modos de subsistencia de las personas.
En ning¨²n otro lugar he visto m¨¢s claramente los efectos catastr¨®ficos del cambio clim¨¢tico que en Tuvalu, un remoto pa¨ªs formado por atolones de coral, cuyo punto m¨¢s elevado no supera los 5 metros sobre el nivel del mar. Durante mi visita, conoc¨ª a una familia que vive en un estado de preocupaci¨®n permanente por las inundaciones que provoca el incesante aumento del nivel del mar, a tan solo unos pasos de su casa.
Me conmovi¨® profundamente la calidez del pueblo tuvaluano y la intensa devoci¨®n que profesa a su tierra, su forma de vida y su patrimonio cultural. Estas comunidades apenas han contribuido al cambio clim¨¢tico y sin embargo, por culpa de los grandes emisores de gases, ahora se ven abocadas a luchar por la propia existencia de sus pa¨ªses.
No debemos caer en el error de pensar que solo Tuvalu, las islas peque?as o los pa¨ªses del Pac¨ªfico corren peligro. Todo el planeta est¨¢ amenazado. Lo que ocurre en estos pa¨ªses es se?al de lo que nos aguarda a todos los dem¨¢s. En todo el mundo se est¨¢n comenzando a sentir los efectos de la emergencia clim¨¢tica, y esos efectos no van a dejar de empeorar.
En Tuvalu, me encontr¨¦ con ni?os que, pese a su corta edad, temen ya por su futuro y conf¨ªan en que mi generaci¨®n haga lo posible por asegurarles un ma?ana.
Como Secretario General de las Naciones Unidas tengo que librar muchas batallas. Pero como abuelo, la lucha contra el cambio clim¨¢tico es la batalla m¨¢s importante de mi vida.
Lamentablemente, he de decir que no la estamos ganando.
Si queremos salir victoriosos, debemos tener la voluntad pol¨ªtica de tomar medidas que conlleven transformaciones.
Debemos reconocer la autoridad moral de los pa¨ªses del Pac¨ªfico, que se encuentran en la vanguardia de la lucha contra la emergencia clim¨¢tica. Y debemos encontrar soluciones sostenibles, invertir en energ¨ªas renovables y aumentar su resiliencia y capacidad de adaptaci¨®n.
Es esencial alcanzar los claros objetivos que la comunidad cient¨ªfica ha establecido: neutralizar las emisiones de carbono para 2050 y limitar el calentamiento global a 1,5 ?C para finales del siglo.
Mi mensaje a los Gobiernos mientras la comunidad mundial trata de alcanzar esos objetivos es, por tanto, claro.
En primer lugar, gravar el carbono en vez de los salarios. Debemos imponer tributos a la contaminaci¨®n, no a las personas.
En segundo lugar, dejar de subvencionar los combustibles f¨®siles. El dinero de los contribuyentes no debe servir para intensificar los huracanes, propagar las sequ¨ªas y las olas de calor o derretir los glaciares.
En tercer lugar, conseguir que, en 2020, se hayan dejado de construir nuevas centrales de carb¨®n. Nuestra econom¨ªa ha de ser verde, no gris.
Lo que necesitamos es cambiar r¨¢pida y profundamente la manera en que conducimos nuestros negocios, generamos electricidad, construimos ciudades y alimentamos al mundo.
En el ¨²ltimo decenio se ha demostrado que tenemos las herramientas necesarias para afrontar la crisis clim¨¢tica. Podemos salvar vidas y bienes, respirar un aire menos contaminado, acceder a un agua m¨¢s limpia y proteger la biodiversidad. La acci¨®n clim¨¢tica tambi¨¦n podr¨ªa generar un beneficio econ¨®mico directo de 26 billones de d¨®lares de aqu¨ª a 2030 frente a la opci¨®n de mantener el statu quo, lo que la convertir¨ªa en una alternativa rentable.
He convocado una Cumbre sobre la Acci¨®n Clim¨¢tica en las Naciones Unidas en septiembre, con la finalidad de movilizar la ambici¨®n pol¨ªtica y acelerar el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de Par¨ªs de 2015. Pido a los dirigentes que vengan no solamente con discursos, sino con planes para transformar la energ¨ªa, la movilidad, la industria y la agricultura. Les pido que asuman compromisos para financiar las medidas de lucha contra el cambio clim¨¢tico, no por generosidad, sino por su propio inter¨¦s bien entendido.
Combatir con urgencia el cambio clim¨¢tico es algo que podemos ¡ªy debemos¡ª hacer. Como bien sabe el pueblo de Tuvalu, su salvaci¨®n ser¨¢ tambi¨¦n la nuestra.
Este es el clamor que escuch¨¦ en mi reciente visita a Tuvalu, una de las paradas que hice en mi viaje por el Pac¨ªfico para conocer la primera l¨ªnea de la emergencia clim¨¢tica mundial.
Me desplac¨¦ hasta all¨ª para mostrar solidaridad con quienes sufren los peores efectos del cambio clim¨¢tico y llamar la atenci¨®n sobre las innovadoras medidas que se est¨¢n tomando en la regi¨®n para mitigarlos.
El aumento del nivel del mar en algunos pa¨ªses del Pac¨ªfico es cuatro veces mayor que la media mundial, lo que amenaza la existencia misma de varios Estados insulares. Los oc¨¦anos se ven afectados por graves problemas, como la decoloraci¨®n de los arrecifes coralinos, la p¨¦rdida de biodiversidad y la contaminaci¨®n por pl¨¢sticos. Los fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos son cada vez m¨¢s habituales y ponen en peligro la vida y los modos de subsistencia de las personas.
En ning¨²n otro lugar he visto m¨¢s claramente los efectos catastr¨®ficos del cambio clim¨¢tico que en Tuvalu, un remoto pa¨ªs formado por atolones de coral, cuyo punto m¨¢s elevado no supera los 5 metros sobre el nivel del mar. Durante mi visita, conoc¨ª a una familia que vive en un estado de preocupaci¨®n permanente por las inundaciones que provoca el incesante aumento del nivel del mar, a tan solo unos pasos de su casa.
Me conmovi¨® profundamente la calidez del pueblo tuvaluano y la intensa devoci¨®n que profesa a su tierra, su forma de vida y su patrimonio cultural. Estas comunidades apenas han contribuido al cambio clim¨¢tico y sin embargo, por culpa de los grandes emisores de gases, ahora se ven abocadas a luchar por la propia existencia de sus pa¨ªses.
No debemos caer en el error de pensar que solo Tuvalu, las islas peque?as o los pa¨ªses del Pac¨ªfico corren peligro. Todo el planeta est¨¢ amenazado. Lo que ocurre en estos pa¨ªses es se?al de lo que nos aguarda a todos los dem¨¢s. En todo el mundo se est¨¢n comenzando a sentir los efectos de la emergencia clim¨¢tica, y esos efectos no van a dejar de empeorar.
En Tuvalu, me encontr¨¦ con ni?os que, pese a su corta edad, temen ya por su futuro y conf¨ªan en que mi generaci¨®n haga lo posible por asegurarles un ma?ana.
Como Secretario General de las Naciones Unidas tengo que librar muchas batallas. Pero como abuelo, la lucha contra el cambio clim¨¢tico es la batalla m¨¢s importante de mi vida.
Lamentablemente, he de decir que no la estamos ganando.
Si queremos salir victoriosos, debemos tener la voluntad pol¨ªtica de tomar medidas que conlleven transformaciones.
Debemos reconocer la autoridad moral de los pa¨ªses del Pac¨ªfico, que se encuentran en la vanguardia de la lucha contra la emergencia clim¨¢tica. Y debemos encontrar soluciones sostenibles, invertir en energ¨ªas renovables y aumentar su resiliencia y capacidad de adaptaci¨®n.
Es esencial alcanzar los claros objetivos que la comunidad cient¨ªfica ha establecido: neutralizar las emisiones de carbono para 2050 y limitar el calentamiento global a 1,5 ?C para finales del siglo.
Mi mensaje a los Gobiernos mientras la comunidad mundial trata de alcanzar esos objetivos es, por tanto, claro.
En primer lugar, gravar el carbono en vez de los salarios. Debemos imponer tributos a la contaminaci¨®n, no a las personas.
En segundo lugar, dejar de subvencionar los combustibles f¨®siles. El dinero de los contribuyentes no debe servir para intensificar los huracanes, propagar las sequ¨ªas y las olas de calor o derretir los glaciares.
En tercer lugar, conseguir que, en 2020, se hayan dejado de construir nuevas centrales de carb¨®n. Nuestra econom¨ªa ha de ser verde, no gris.
Lo que necesitamos es cambiar r¨¢pida y profundamente la manera en que conducimos nuestros negocios, generamos electricidad, construimos ciudades y alimentamos al mundo.
En el ¨²ltimo decenio se ha demostrado que tenemos las herramientas necesarias para afrontar la crisis clim¨¢tica. Podemos salvar vidas y bienes, respirar un aire menos contaminado, acceder a un agua m¨¢s limpia y proteger la biodiversidad. La acci¨®n clim¨¢tica tambi¨¦n podr¨ªa generar un beneficio econ¨®mico directo de 26 billones de d¨®lares de aqu¨ª a 2030 frente a la opci¨®n de mantener el statu quo, lo que la convertir¨ªa en una alternativa rentable.
He convocado una Cumbre sobre la Acci¨®n Clim¨¢tica en las Naciones Unidas en septiembre, con la finalidad de movilizar la ambici¨®n pol¨ªtica y acelerar el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de Par¨ªs de 2015. Pido a los dirigentes que vengan no solamente con discursos, sino con planes para transformar la energ¨ªa, la movilidad, la industria y la agricultura. Les pido que asuman compromisos para financiar las medidas de lucha contra el cambio clim¨¢tico, no por generosidad, sino por su propio inter¨¦s bien entendido.
Combatir con urgencia el cambio clim¨¢tico es algo que podemos ¡ªy debemos¡ª hacer. Como bien sabe el pueblo de Tuvalu, su salvaci¨®n ser¨¢ tambi¨¦n la nuestra.